Rituales fúnebres: novenario y la cruz

Los ritos funerarios son de esos rituales que no quisiéramos que existieran pero que, según experimenté de manera reciente, son necesarios para el duelo ante la pérdida de un ser querido.

Mi familia es católica, cómo la mayor parte de las familias en México y eso está bien. Yo soy de la generación de la familia que comenzó a explorar otros credos y otras tradiciones, sin embargo, ante la partida de mi abuelo materno fue necesario para mí conocer el novenario y la levantada de la cruz. Más que nada, mi participación obedecía a estar ahí para mí abuelita y mi madre.

Luego de su muerte y cremación, cada noche por nueve días nos reunimos para rezar el rosario por el alma de mi abuelito. Si bien estuve tranquila mientras no viera la urna o el altar con fotos directamente, incluso cuando tuve que volver a casa por mis hijos, el último día, el noveno, ha sido difícil rezar sin que se me salten las lágrimas o se me suelte la nariz.

La cruz quedó hermosa con sus flores alrededor, sin embargo, atestiguar a través de una cámara como van retirando partes de ella y veladoras en medio de rezos y cantos, ha sido realmente difícil. Es como despedirse de él de manera definitiva, tan amargo y doloroso.

Cuando apagaron la cruz, retiraron los cirios, ataron la caja con las flores y la cal usada para su cruz… Ver cómo levantaban el mantel blanco… Fue como si hubiera muerto de nuevo.

Quería gritar que no se llevarán lo poco que quedaba de él, pero aún estando ahí, no habría sido correcto. Su tiempo acabó y yo debo dejarlo ir. Jamás voy a superar su muerte, pero aprenderé a vivir con ella.

Los ritos funerarios no sé si intentan dar consuelo, solo sé que mi duelo, la aceptación de que en verdad se fue acaba de iniciar hoy, esta noche, mientras levantaban un altar como quien limpia la cama recién desocupada de un paciente terminal, dejando en su lugar una mesa vacía, fría y dura… Igual que su ausencia.

A pesar de todas las lágrimas, de todo el dolor que esto me significó, de no haber estado ahí con mi familia, sé que necesitaba estar presente así fuera por zoom. No por mi familia sino por mí.

Mi abuelita perdió a su marido y yo a mi padre de crianza.

Mi madre perdió a su papá y yo a mi abuelito marciano, ese que nos regañaba de juego si entrabamos a hurtadillas a hacerle cosquillas en los pies, ese que me seguía el juego y gritaba y manoteaba si yo saltaba en su cama imitando a Tigger, ese que nos cantaba «muñequita linda» a mí y a mis hijas. Ese que estaba orgulloso de que siguiera escribiendo, ese que el día de mi boda me dijo «sin importar nada, esta sigue siendo tu casa cuando la necesites y si regresas con premio, mejor».

Cuando ya no quedó nada sobre la mesa, cuando mis tíos comenzaron a abrazar y consolar a mi abuelita, pusieron música. Cuando pude detenerme de llorar, noté que la canción era «A mi manera»… Recordé el día que volvimos del crematorio con sus cenizas, las tres vueltas que dimos a una disque glorieta triangular frente a la casa oyendo «Fly me to the Moon» a todo volumen. Nunca volveré a oírlas del mismo modo, para mí, son las canciones con que despedimos a mi viejo… Y un recordatorio de que la vida sigue.

Sé que poco a poco podré recobrar algo de normalidad, que llegará un día en que pueda recordarlo con una sonrisa como a mi bisabuela o a mi tía bisabuela a las cuales quise mucho… Aunque no como a él.

En fin, sin importar en que crean o a quien le recen, mi conclusión en todo esto es que estos ritos son necesarios para seguir adelante.

El primer paso en todo es la aceptación. Yo había vivido por lo menos nueve días negando que mi marciano se había ido para siempre. Al menos ahora podré empezar el proceso de curación que implica una ausencia tan grande como la suya.